Enfado. Discusión. Palabras sin sentido. Cabreo. Gritos. Impotencia. Más palabras. Enfado. Desconecta.
Todo esto ocurre en 5 minutos, apenas tiempo para pensar qué ha pasado, por qué y cómo. Y al momento te abordan preguntas, dudas sobre qué pasará, sobre cuál será su decisión, porque tu sabes la tuya pero no la suya y esa es la que te hace pensar que estás al borde del precipicio, al borde de caer al vacío.
Pasado un rato, hablas otra vez con esa persona, más tranquilidad, más serenidad, más conciente de lo que pasa y de lo que dices. Y es cuando ves que no puedes enfadarte, no puedes decir "estoy mosqueada" o "no quiero verte", no puedes. ¿Por qué? Porque temes, temes perder eso que tienes con esa persona, temes que se acabe todo y de que luego no haya vuelta atrás. Pero no, tienes un sentimiento contrario que te dice que no des el brazo a torcer siempre, que no puedes ser siempre la culpable, pero éste lucha, está luchando contra ese sentimiento que te dice que abandones, que esa persona es demasiado importante como para dejarla perder.
Ahora surge la duda ¿qué haces? O mejor dicho, ¿qué hago?
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